Gracias, señor Llarena (o Señoría, no sé cómo debo dirigirme a usted), porque con su celo y eficacia profesional está evitando que los políticos catalanes actúen como han actuado siempre cuando estaba en juego la independencia: buscando atajos negociados con Madrid. Rindiéndose en un despacho de la Moncloa y regalando la soberanía del pueblo catalán a cambio de un miserable pacto económico de baratillo. Gracias, Señoría, porque su fe en la Justicia en mayúsculas y su severa interpretación del ordenamiento jurídico ha impedido que los líderes catalanes se escabulleran de esta ocasión histórica para el independentismo. Les ha puesto entre la espada y la pared. Gracias. Ahora no hay más camino que seguir hacia adelante.

 

Recientemente he leído que tiene usted casa en Cataluña. ¡Pillín! Por eso conoce usted tan bien nuestro carácter pusilánime y propenso al pacto, a pesar de que el resultado nos sea ligeramente negativo. Quizás para evitar otra rendición ridícula ha decidido actuar con rotundidad. Se lo agradezco. Lamento profundamente que buenas personas estén en la cárcel. Lo lamento y me entristece muchísimo. Pero debo reconocer que la situación que ha creado (de acuerdo con la ley española) es enormemente favorable a la revolución que lleva años gestándose en Cataluña. Por eso le agradezco que se haya sobrepuesto a la pena que también debe sentir por encarcelar a buenas personas en favor de un bien mayor: la lucha por la independencia sin excusas. 

 

Porque sin presos, sin exiliados, sin la acumulación de humillación y dolor, sin la presión que todo ello pone sobre nuestros políticos, ya hubieran llegado a un acuerdo de mínimos con el Estado y la revolución se habría acabado. Gracias, Señoría, por mantener viva la lucha de millones de catalanes.

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